Hace pocos meses, publiqué una novela de nombre llamativo, Puta Loca, que cuenta mi experiencia como paciente en una unidad de psiquiatría. Sí, lo reconozco, estuve cuatro meses ingresada y soy, oficialmente, una loca con papeles. No vayáis a pensar que sufrí un trauma. No hubo maltrato, ni accidente, ni adicciones, ni nada aparente que justificara mis treinta y siete kilos, y mi obsesión por algunas cosas. En ese momento, tenía trabajo, estaba casada y contaba con el respaldo de familia y amigos. Cualquiera habría dicho que las cosas me iban bien, pero estaba a un catarro de macharme al otro barrio.
No hacen falta grandes motivos para perder la cordura. De hecho, los datos demuestran que todos lo hacemos en algún momento puntual de nuestras vidas. La rutina, la autoexigencia y la presión social, entre otras muchas pequeñas cosas, son granos de arena que, a veces, se amontonan más de la cuenta y construyen montañas que nos impiden ver al otro lado. Al principio, no querrás ver dónde estás. Si tienes suerte y te percatas a tiempo, intentarás que nadie te vea al pie de esa ladera o deslizándote por ella sin frenos, ni tan siquiera intentando escalarla con todas tus fuerzas.
Es difícil hablar de montañas y mucho más pedir ayuda para derribarlas. Por suerte, parece que ya no está tan mal visto acudir a un psicólogo, tomarse la medicación que te receta un psiquiatra o, simplemente, llorar sin ocultarse cuando no puedes más. En la unidad en la que estuve ingresada aprendí que no éramos ocho putos locos, sino ocho personas que no sabíamos gestionar nuestros problemas. Nos faltaban herramientas o conocimientos para usarlas, y, mientras tanto, nuestra mente escogía salidas muy variopintas: dejar de comer, drogarse, tirarse por el balcón o no salir de la cama.
Los números me asustan: los de suicidios e intentos; los de consumo de ansiolíticos; los de trastornos de alimentación; los de niños diagnosticados y los de pacientes en lista de espera. Por eso me alegra haber escrito Puta Loca.
Los dos comentarios que más escucho son lo «valiente» que soy y la suerte que tengo porque «la salud mental está de moda». No soy valiente, soy sincera. Y la salud mental no está de moda, es importante. Es un derecho. Es un estado de equilibrio entre la persona y el entorno social y cultural que la rodea. Es lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos. Todos escalamos montañas y sería mucho mejor hacerlo acompañados o, al menos, sin que nadie nos juzgue.
Cristinica Gómez