AGOSTO

por cristinica

Es el único mes del año en el que el corazón de Jatiel late hasta poder escucharse. Por eso ha cogido un avión y dos trenes para recorrer sus calles durante unas pocas horas e invertir después sus pasos de nuevo hacia Cork. Ha llegado de noche, justo a tiempo para subir al monte acompañado de una linterna, sentarse en el techo de los depósitos de agua y ver caer las perseidas. Los deseos se le amontonan y casi no tiene tiempo para formularlos antes de perder de vista su rastro. Cambiar su contrato de becario en Irlanda por uno fijo en España, poder pasar los agostos en ese paraje, reconquistar a Helena, jugar más con sus sobrinos, comer sin miedo a recuperar su obesidad.

Las campanas de la torre de la iglesia marcan la medianoche y le dan la bienvenida. Está tumbado sobre el cemento y extiende los brazos como si fuera un pájaro. Nota el calor del sol almacenado bajo las palmas de sus manos.

—Vamos a cerrar los ojos —le proponía su padre—. Y así escucharás lo que te tenga que decir.

—¿Pero quién? —Preguntaba él mientras intentaba subirse solo a la caseta de hormigón.

—Jatiel. Habla si le prestas atención. Nunca dejes de hacerlo y te resolverá más de un problema —le aseguraba al tiempo que tiraba de él hacia arriba.

Quince años después, decide obedecerle. Con los ojos cerrados, percibe el murmullo de conversaciones a las puertas de los hogares, los pasos acelerados de los niños en la plaza, sus carcajadas y enfados, besos secretos en la oscuridad de la cripta. Sonríe a las estrellas y también a su padre. Abre los ojos y se incorpora de un salto. Tiene que volver a tirar piedrecitas a la ventana de Helena cuanto antes.

*Relato seleccionado e incluído en la antología El Club de los Relatores.

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