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DÍA DE LAS ESCRITORAS

por cristinica

Hasta hace muy pocos meses no me atrevía a afirmar lo que soy: ESCRITORA. Cuando me preguntaban a qué me dedico, sacaba a la luz mis estudios de periodismo. Alguna vez el verbo escribir se abría paso entre mis  miedos y brotaba sin esperarlo. “Escribo…”, decía en letra pequeña, y siempre lo remataba con un “bueno…lo intento”, que restaba todo el valor al proyecto desconocido en el que estaba inmersa.

Un amanecer de octubre, recién estrenada mi maternidad, me desperté con la sensación de que mis pulmones se achicaban cada vez que intentaba llenarlos de aire. Supe, desde el primer instante, que no tenía relación con el bebé que me robaba el sueño. Ya había experimentado esa sensación otras muchas veces. El deseo de ser algo que no me había permitido ser. Aunque lo hubiese anhelado desde niña y con la fuerza de un villano.

Recuerdo que me senté en el borde de la cama y me quedé observando la minicuna. Él estaba dormido, pero un montón de Mickey´s me desafiaron desde su pijama. Fue en ese instante cuando nos prometí (dibujos animados incluidos) que lo intentaría, al menos una vez. Dejé a un lado mi pasado de periodista (aunque me quedo con las lecciones aprendidas y la experiencia en la recámara), la temporada vendiendo relojes y libros (mucho mejor lo segundo), los años en los que cambié letras por números… y me puse manos a la obra.

En este año he publicado relatos con Imperium Ediciones, he participado en otros seis libros de autores varios, le he dado un buen empujón a mi primera novela, me he embarcado en un proyecto complejo de una obra a cuatro manos y le estoy cogiendo el gusto al microrrelato. Lo curioso es que no soy escritora por haber tenido la suerte de que me hayan publicado. Soy escritora porque, desde hace un año, no he dejado de escribir ni un solo día. Me levanto antes de que despierten el sol y mi peque para escribir microrrelatos, invierto tres o cuatro horas por las mañanas en mi novela (gracias a una abuela supersónica que jamás olvida su papel de madre), aprovecho las siestas infantiles para participar en concursos, revisar agenda y ultimar la web. Después de cenar, leo libros y escribo reseñas.

Claro que soy escritora, desde que me levanto hasta que me acuesto. Y muchas veces también en sueños. Lamento los años que perdí presa de mis miedos y que todavía me acechen de vez en cuando: gustará lo que escribo, merecerá la pena seguir intentándolo, conseguiré ganarme la vida inventando mundos con palabras… pero basta un corazón en una publicación, un comentario amable, una crítica constructiva, un “me he ‘jartado’ de reír”, “me has hecho pensar”, “cómo he llorado, cabrona” para ensanchar mi caja torácica y cargar de tinta mis dedos.

Hoy celebramos el día de las escritoras. Por todas aquellas que no renegaron de la literatura aunque no fuese cosa de mujeres, por las que escribían bajo pseudónimos (casi siempre masculinos), por las autoras invisibles, las inciertas, a las que se reconoció su labor siglos más tarde. Y también por todas las escritoras actuales, las que tienen éxito y las que no. Por todas las que luchamos por abrirnos hueco, las que disfrutamos de cada idea, de cada estructura y escaleta, de cada proceso de documentación, de cada página en blanco, párrafo completo y línea interrumpida. Somos las historias que creamos, las letras con las que damos forma a universos reales y ficticios. Hoy me siento muy E, de escritora, y por eso espero escribir en exceso, encontrar enunciados, emprender ejercicios, experimentar eclipses, edificar estimas, engendrar ecos. En esencia: existir en equilibro.

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